lunes, 17 de enero de 2011

Ansiedad


Me descubrí horrorizado ante espantosa noticia. Mis piernas comenzaron a temblar y no tardaron en hacer lo mismo mis manos. Me encontraba sentado en las escaleras mientras él anduvía de un lado a otro preso del desconcierto y el temor, como un pájaro recien hallado en su prisión de metal. De repente, mi riego sanguinío decidió abandonar el camino que llegaba hasta mi cara, dejándola petréa y fria. Apenas me sentía los músculos de mi rostro y en mis manos empecé a sentir un ligero hormigueo que se convirtió en una diana fácil como para una enjambre de abejas mosqueadas se tratasen.

Mi mirada, desde hace tiempo perdida, quedó exclava de un mismo punto. En ese momento dejé de percibir sonido alguno del exterior de mi cabeza. No veía ni oía nada en absoluto, tan solo el vacío y todo en cuanto se encontraba a mi alrededor parecía que yaciese inmóvil. En poco tiempo sentí como sus manos me zamarreaban en busca de una señal que le alertase de mi consciencia, pero fue inútil.

Sus manos intentaron ser el apoyo de mi cuerpo para así ser levantdo, pero mis piernas hicieron caso omiso y me desplomé casi inerte al suelo. Sentía como el corazón no bombeaba sangre pero, de manera aleatoria, lo hacía demasiado deprisa. Sentía mis manos húmedas a causa del sudor que supuraba y quemaba con fuego en la piel seca. En mi fuero interno gritaba en busca de ayuda, pero mis labios decidieron permanecer en silencio obedeciendo la falta de riego de sangre en mi rostro.

Él, despeseradamente, trataba de reanimarme. Algo me golpeaba en la piel, parecía agua pero no sentía ni su humedad, ni su fluidez ni la temperatura casi gélida que caracterizaba el agua del frigorífico. En una reaccion natural del cuerpo en defensa al estado de shock, mi adrenalina comenzó a recorrer todo mi cuerpo, otorgandome la fuerza necesaria para poder levantarme, aunque no sin la ayuda de él. Caminé hacia el sofá de manera vacilante y me desplomé con algo más de vida en él, pero mi cuerpo seguía sin responder correctamente.

Mi respiración comenzó a acelerarse y mi aliento escapaba a bocanadas de entre mis labios, que permanecían semi sellados. Después del subidón de adrenalina mi cuerpo me pedía descanso, mis párpados pesaban como toneladas de hierro y el sudor recorría todo mi cuerpo... dando paso a la tranquilidad en un deseado sueño. Entonces una sonrisa, casi rota, se prolongó en mi cara como un amanecer grabado a fuego entre las nubes.

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